La primera vez que mi hija Pilar vió la imagen de un cristo fué en la Catedral de Jaca. Ella tenía unos dos años y medio y mientras paseábamos por la ciudad se puso a llover, por lo que entramos a la catedral y ella se quedó de piedra!  se asustó muchísimo por ver a un señor crucificado a tamaño natural con una corona de espinas, ensangrentado y con una cara de sufrimiento total.

Yo ya estoy acostumbrada a ver esa imagen, la he visto miles de veces y ya no me impacta, pero hay que reconocer que para un niño, puede dar miedo.

Además, no paraba de preguntarme por qué le hacían daño. “¿ese hombre es malo mamá?” no paraba de preguntarme y yo le decía que no era malo, que era muy bueno y ella preguntaba “¿entonces por qué le hacen daño?”. Le dolía verlo así y de hecho tuvo pesadillas unos días.

La primera vez que vi una procesión de semana santa pasé un miedo atroz! esas filas de personas encapuchadas silenciosas…todo el público callado…no se podía hablar ni jugar ni reir.

La segunda vez que vi una procesión de semana santa me aburrí como una ostra!no es una cabalgata con música y bailes, no, no, es todo lo contrario. Lo único que cambia cada cierto tiempo es el color de las capuchas de los capuchinos. Pero sigue siendo silencioso y no se puede jugar, ni hablar, ni contar chistes…

Así que a mis hijas no las llevo a ver las procesiones de Semana Santa. Entiendo que la gente muy devota puede encontrarle un interés enorme a las procesiones, pero yo no se lo encuentro y menos con mis hijas. Se aburrirían, se hartarían y lo que es peor, se asustarían con las imágenes de cristos ensangrentados y vírgenes llorando sangre.

No, la semana santa no me parece muy infantil.