Aunque parece que los humanos tenemos un sólo cerebro, en realidad tenemos tres (tal y como lo entienden los científicos):

– Cerebro reptil: Es el más antiguo que apenas ha cambiado con la evolución. Se desarrolló hace 300 millones de años y los seres humanos compartimos esta parte del cerebro con todos los demás animales vertebrados (no sólo con los reptiles). Es nuestra parte más instintiva y controla funciones corporales esenciales para la supervivencia:

Hambre

Digestión

Respiración

Temperatura Corporal

Equilibrio, posturas y movimiento

Instinto de huida o de lucha

– Cerebro Mamífero: Se desarrolló porteriormente, hace 200 millones de años y también se denomina cerebro emocional. Tiene casi la misma estructura en todas las especies mamíferas y desencadena emociones muy fuertes difíciles de controlar por el cerebro racional.

Ira

Miedo

Angustia de separación

Relaciones sociales

Ganas de explorar

Lujuria

Cerebro Racional: Apareció con los humanos hace unos 200 mil años y ocupa el 85% de la masa cerebral total envolviendo las partes más antiguas. Esta parte del cerebro es la que ha logrado los mayores logros del ser humano.

Bondad, empatía y compasión

Creatividad e imaginación

Reflexión y racionamiento

Capacidad de resolver problemas

El 90% del crecimiento del cerebro humano se desarrolla en los 5 primeros años de vida. En estos años se hacen, se deshacen millones de conexiones cerebrales y sobre los 7 años, esta actividad disminuye.

Por tanto, durante estos primeros años de vida el cerebro es muy vulnerable y su desarrollo depende muchísimo de las experiencias emocionales del niño.

Así, cuando el bebé nace tiene preparados los sistemas que ayudan a su supervivencia con sus cerebros reptil y emocional: angustia de separación, miedo, ira. Los bebés se sienten a veces muy abrumados con estas emociones tan intensas ya que su cerebro racional aún no está desarrollado y no pueden entender lo que sienten ni controlarlo.

Cuando la crianza responde a sus respuestas emocionales, los lóbulos frontales empiezan a trazar caminos que permitirán al bebé desarrollar adecuadamente su cerebro racional y calmar así sus estallidos de ira y sus estados de alarma.

Esto es así porque los caminos cerebrales se activan por hormonas y sustancias químicas naturales como la oxitocina (hormona del amor que se libera en el nacimiento del bebé y facilita la unión emocional entre la mamá y el bebé) y los opioides (hormonas que dan bienestar). Ambos (oxitocina y opioides) se liberan cuando la mamá abraza, toca o acaricia al bebé.

Las personas cuyos cerebros racionales no se han desarrollado adecuadamente pueden sufrir muchos problemas:

– depresión

– estado de ansiedad persistente

– síntomas físicos psicosomáticos

– letargo o falta de impulso

– falta de deseo y entusiasmo

– aislamiento emocional

– fobias y obsesiones

¿Cómo ayudamos a los niños a controlar sus emociones?

Primero tenemos que comprender las emociones primitivas del niño, que pueden parecernos fuera de lugar, pero son completamente normales.

Cuando un niño pequeño se estresa es lógico que responda con conductas agresivas: morder, pegar, gritar, salir corriendo…lo que los padres debemos hacer con paciencia y mucha entrega, es ir enseñando a los niños a reflexionar sobre sus sentimientos para ir racionalizándolos.

A continuación describo lo que Margot Sunderland recomienda en el libro La Ciencia de Ser Padres para ayudar a controlar las emociones a nuestros hijos:

Tomar la aflicción del niño en serio: Nuestros hijos no están intentando manipularnos ni son unos caprichosos (bueno…algunos sí jeje). Generalmente sus estallidos de ira se producen porque aún no tienen el cerebro racional desarrollado como para controlar su frustración. Es conveniente demostrarle que entendemos su enfado (aunque no cedamos a sus deseos, si podemos mostrar comprensión).

Responder a las emociones del niño con la voz apropiada: Si el niño está muy emocionado con algo, podemos expresar una emoción similar y si está muy enfadado podemos entender que su enfado es muy grande.

Mantener la calma y fijar unos límites claros: Si nosotros mismos no sabemos controlar nuestras emociones ¿cómo queremos que nuestros hijos lo hagan? No debemos descargar nuestras emociones no resueltas en nuestros hijos ni tampoco debemos trasladarle nuestras dudas. Es mejor que haya pocos límites pero siempre los mismos para que los niños se sientan seguros. Si hoy es obligatorio ducharse y mañana no, el niño no sabrá a qué atenerse y se sentirá más inseguro. Es conveniente que los padres sean personas emocionalmente fuertes y que sus hijos los vean así.

Tranquilízale físicamente: El afecto físico libera sustancias calmantes en el cerebro del niño (oxitocina y opioides) y es una buena manera de romper la espiral de ira.

Fuente: La Ciencia de Ser Padres, Margot Sunderland