En este mes de octubre y una vez más o menos superada la vuelta al cole, comienzan las clases extraescolares de nuestros niños. En esta sociedad consumista en la que vivimos del “tanto tienes tanto vales” parece que los padres queremos formar una generación de NASP (niños pero sobradamente preparados).
A los dos años o antes se les apunta a psicomotricidad y natación, luego a música, inglés, baloncesto, judo, chino, informática, golf, equitación, tenis, piano y un larguísimo etcétera que nunca acaba. Los padres queremos nuestros hijos hagan 500 cosas, cuantas más mejor y a ser posible que destaquen en todas.
Seguro que muchas veces hemos escuchado en el parque a las madres comentando las clases que hacen sus hijos y casi parece una competición, a ver quién hace más cosas, más útiles para su futuro, más convenientes para el mercado laboral…
No es suficiente con estar 8 horas en el colegio, deben especializarse en algo o en mucho, porque cuanto más cosas haga es mejor para el niño (o eso pensamos, claro).
Al final, tenemos a niños que son como pequeños adultos, con jornadas interminables de lunes a viernes, que se estresan, que llegan agotados al final del día, sin ganas de jugar, casi sin tiempo de hacer sus deberes y casi sin tiempo de ver a sus padres.
Es curioso como últimamente a los niños les pedimos y exigimos que sean pequeños adultos con 100 responsabilidades y sin embargo a los adolescentes les dejamos comportarse como niños de dos años sin ninguna responsabilidad sobre sus actos….muy curioso.
Muchos niños no quieren hacer clases extraescolares, sólo quieren jugar, pero generalmente sus padres les obligan o les convencen, les dicen que hay que cumplir con las obligaciones o les ridiculizan un poco “como que no sabes nadar si ya tienes 4 años”…
Mi hija me ha pedido ir a natación, yo he atendido a su petición aunque sólo vamos un día después del colegio. Bien, pues en su primer día, había muchísimos niños llorando, alguno incluso vomitó, mi hija los miraba extrañada y a mi se me partía el alma, pues nadie consoló a esos niños, ni una sola vez, ni los monitores, ni los auxiliares, ni sus madres que estaban sentadas a mi lado y decían que no vomitan de verdad, que sólo lo hacen para llamar la atención!.. Yo alucinaba, ¿acaso se puede no vomitar de verdad?
Esas madres me preguntaron si mi hija no lloraba, o les expliqué que mi hija es como un pececillo que le encanta nadar y que por supuesto no llora, pero también les dije que si por un casual llorara o vomitara, la sacaría del agua sin pensarlo en cero coma 1 segundo. En ese momento se rieron y me dijeron “pues muy mal, porque los niños tienen que cumplir con sus obligaciones”
Y entonces yo, toda ilusa me pregunto ¿pero qué obligaciones tiene un niño de tres o cuatro años en la piscina además de divertirse? Al final siempre me quedo yo sola con mis pensamientos…ellas no me van a convencer a mi ni yo a ellas. Pero lo cierto es que me daba pena que la única persona de las 100 o 150 que había en la piscina en ese momento, a la que le daba lástima de ver llorar a esos niños, era yo.
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