beso mama niñoEn el mes de septiembre se publicó este artículo en el blog Tenemos Tetas de Ileana Medina.
Me parece muy bien escrito y sobretodo muy bien explicada la gran diferencia que existe entre la crianza con amor y respeto y la crianza permisiva o incluso negligente.

Ponerse en el lugar del niño, dejarle jugar, mancharse, llorar y desahogarse, dejarle correr, probar y caerse, respetarle y hablarle con respeto, etc..no está reñido con las normas de convivencia de la sociedad ni con los famosos “límites” que tantos preconizan.

Espero que os guste tanto como a mi:

Quienes defendemos la crianza con apego y la importancia del afecto en la educación de nuestros hijos, a veces sufrimos las críticas de quienes confunden el amor con una educación permisiva donde todo vale o donde a los hijos se les deja “hacer lo que quieran”. “Los niños también necesitan normas” -saltan enseguida los salvaguardas del orden, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.

Creo importante deslindar la abismal diferencia que existe entre la crianza con apego, la educación democrática y el respeto de las necesidades y características individuales de nuestros hijos; y la educación permisiva negligente.

Hay dos maneras bien diferentes de “permitirles” a nuestros hijos hacer algo: desde la comunicación, la mirada, la presencia paterna que respeta sus necesidades, su condición de niño y su personalidad; o desde la ausencia, desde la ignorancia, desde la pereza, la comodidad o la negligencia de los padres que simplemente “pasan” de sus hijos, no les escuchan ni les conocen, no pasan tiempo con ellos, y por tanto, tampoco los respetan, simplemente los ignoran.

Creo que es muy importante hacer esta distinción para incautos. La crianza con apego se basa en el afecto, la mirada, la empatía, el tiempo dedicado y realmente compartido con nuestros hijos. Educar es acompañar. Con coherencia, con criterio, con creatividad, con alegría, con cariño y con respeto por el niño pequeño.

Eso es bien diferente de la familia “permisiva” donde los niños permanecen solos una gran parte del tiempo, haciendo lo que quieren, “entretenidos” para no “molestar” al adulto; donde unas veces son regañados o reciben gritos o golpes cuando sus padres están de mal humor, y otras son consentidos o se les permite hacer lo que quieran siempre que “no molesten”; donde se truecan el tiempo, la presencia y la atención por regalos y objetos materiales; donde los padres están en el bar o fumando un cigarrito mientras los niños juegan solos todas las tardes en el mismo parque; donde los niños se crían solos sin apoyo y sin sostén emocional; donde no hay coherencia ni criterio educativo; donde los padres -ya sea por trabajo, por inconciencia, por pereza o por falta de recursos materiales, intelectuales y emocionales- permanecen ajenos a las auténticas necesidades del niño, y este sigue siendo huérfano de mirada, contacto y atención… Más que de educación permisiva, me parece más adecuado hablar en este caso de educación negligente, o incluso de no educación, simplemente abandono.

El filósofo José Antonio Marina, en su reciente libro La recuperación de la autoridad: crítica de la educación permisiva y de la educación autoritaria (Versátil, 2009) ataca lo que él llama “educación permisiva”, sobre todo en la figura y la obra de Françoise Dolto. Olvidando la importancia de la obra de Dolto, reconocida incluso por la Unesco, Marina arremete contra los enfoques del psicoanálisis:

“La influencia del psicoanálisis se manifiesta en la culpabilización de las
madres. Puesto que todo está jugado desde el momento de la concepción y de la
primera infancia, es preciso encontrar un responsable. Solo puede ser quien da la
vida, y prodiga los primeros cuidados y el afecto necesario, quien está
en constante relación con el niño: la madre. La madre es también la causa
primera de todos los males del niño. Esta afirmación no deja de estar presente en
los discursos de los psicoanalistas. Las madres ausentes de René Spitz; las
madres insuficientemente buenas de David Winnicot; las madres frías de
Bruno Bettelheim. El último coletazo de esta idea lo representa el libro de
Naouri.”.

El psicoanálisis ha sido muy desprestigiado por algunos sectores científicos y minusvalorado en la mayoría de los currículos de las facultades de psicología, porque entra en los terrenos de lo NO MEDIBLE. Los científicos prefieren el conductismo o el neoconductismo (medible experimentalmente) y el cognitivismo (que se comprueba en modelos informáticos y de inteligencia artificial). Sin embargo, creo que el psicoanálisis, despojándolo del falocentrismo de Freud, ha sido la corriente psicológica que más ha profundizado en el estudio de los afectos y las emociones y en la comprensión de la primera infancia, así como también es la producción teórica occidental que más se acerca a los principios universales de la “sabiduría perenne”.

No es que “todo esté jugado en la primera infancia”, es comprender la importancia que tiene la primera infancia, que es y ha sido completamente ignorada por las posturas “oficiales”, que aún hoy siguen defendiendo más que nunca como la gran victoria de la “igualdad” que abandonemos a nuestras criaturas en escuelas infantiles a las 16 semanas de vida. Es darle el lugar que merece a la primera infancia, pues cada etapa se construye sobre la base de la anterior. Y si no ha sido, no importa, nunca es tarde para comenzar a respetar y a construir una relación con nuestros hijos basada en la sinceridad, el afecto, la comunicación y la presencia.

Tampoco significa culpabilizar a las madres. Si se culpabiliza a alguien, es en todo caso a la sociedad en su conjunto que no apoya ni prestigia a las madres ni a la maternidad, que está exclusivamente enfocada en la producción y no en la re-producción, que hace invisible todo lo que se sale de los circuitos de la producción y el consumo, que no invierte recursos en apoyar la primera crianza de los bebés en manos de sus propias familias, y mucho menos tiene en cuenta las necesidades afectivas de los niños pequeños.

“Según ellos, el niño se educará bien a sí mismo si lo dejamos solo. Es lo que decía Dolto” -afirma en otro lado José Antonio Marina. Nada más lejos de la realidad. Los principios de la crianza con apego se basan precisamente en la defensa crucial del afecto, de la corporalidad materna para los bebés, de la importancia de la presencia maternal y paternal a lo largo de toda la infancia y la adolescencia de nuestros hijos. Los seres humanos no somos innatamente buenos ni innatamente malos. La interacción con el entorno es lo que nos convierte en una cosa u otra.

Creo que en cuestiones de crianza, no es suficiente con buscar una “tercera vía” entre la vía autoritaria y la vía negligente, aún cuando esta sea la “autoridad personal” basada en el prestigio y la admiración que propone Marina. En crianza hay que apostar por el amor y el respeto. El amor no conoce “términos medios”, aunque cada uno ve el “centro” según la cantidad y calidad de los afectos que haya recibido en su propia vida.

La crianza con apego es una forma de entender la educación infantil que ha tenido muy pocos antecedentes -escritos- en la historia de la sociedad occidental hasta hoy día. Es criar y educar desde la implicación afectiva profunda, que comienza en la primera crianza, en la importancia del continuum con el cuerpo de la madre en los primeros meses del recién nacido, continúa con la identificación emocional en los primeros años, y sigue con la comunicación profunda toda la vida, abandonando el enfoque adultocéntrico y sustituyendo el autoritarismo, el miedo y la distancia, por el apoyo emocional, la sinceridad y el respeto por las necesidades del niño pequeño.