A mi hija Pilar le encanta recibir amigos en casa. Si por ella fuera, toda nuestra familia y todos nuestros amigos vivirían con nosotros 🙂

Se siente anfitriona, les enseña todos sus juguetes y sus disfraces, les lleva de excursión por la urbanización por unos “pasadizos secretos” que sólo ella conoce, juegan a espías mirando lo que hacemos las mamás…en definitva que se divierte muchisimo.

Pues el domingo pasado vino una amiga suya a la que quiere muchísimo, de hecho la conoce desde que nació y decidieron ir a visitar la piscina…con tan mala suerte que “accidentalmente” se cayeron las dos vestidas al agua.

Y justamente Pilar había estado con fiebre y con la garganta irritada el día anterior, asi que os podéis imaginar cómo pasamos la noche.

En fin, oficialmente me enfadé muchiiiisimo, les dije que eso no se podía hacer, las cambié de ropa y les sequé el pelo sin decir ni una palabra y además mi hija estuvo ayer más de media hora secando sus zapatillas de deporte con el secador para entender por qué no se puede hacer eso…peeero en el fondo me daban ganas de reir 🙂

Cuando las vi venir todas mojadas, con el pelo pegado como un polluelo y dejando charcos en el suelo al andar casi me parto!!

En fin, son travesuras de niños que todos hacen alguna vez y lo cierto es que prefiero que mi hija sea de las que prefiere pedir perdón que pedir permiso. Yo siempre he sido muy apocadita, me daba vergüenza hacer el ridículo, no quería que mis padres se enfadaran conmigo, no quería que los profes me riñeran…y me quedaba sin experimentar muchas cosas divertidas. Así que, en el fondo me alegro de que mi hija sea más valiente que yo.